Las lágrimas, los abrazos y las palabras no alcanzan. La sensación de alivio se refleja en las caras de cientos de padres, de madres, de hermanos, de tíos y de abuelos que esperan con brazos abiertos a sus seres queridos, esos que esta mañana aterrizaron en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza luego de atravesar la semana más dura de sus vidas en Israel, en medio de la escalada de guerra con Hamas.
En el FBO Vip Club, un sector apartado del Aeropuerto, los primeros repatriados pisan suelo argentino y la felicidad es indescriptible. La mayoría de los 246 pasajeros que trajo el vuelo AR 1091 de Aerolíneas Argentinas son jóvenes. El operativo fue realizado con los aviones destinados para concretar el operativo “Regreso Seguro”, a cargo del Ministerio de Defensa y Cancillería Argentina.
La partida desde el Aeropuerto Fiumicino en Roma hasta la Argentina fueron horas de extrema ansiedad para estas familias que ahora sonríen entre lágrimas por tener a sus hijos de vuelta.
Alejandro Alfie, periodista de Clarín que días atrás relataba el drama que atravesó al tener a su hijo Martín en Jerusalén, es uno de los padres que este domingo finalmente lo recibe en brazos. Hasta hace poco él contaba que, pese a que lo había podido anotar en la planilla de «vuelos de repatriación» de Cancillería, no sabía cuándo podrían embarcar al joven de 19 años hacia la Argentina.
«En esa nota contaba cuál era la situación de él y de sus siete amigos que hicieron el plan de Habonim Dror Argentina, con ellos estuvo siete meses en Israel y necesitaban salir de ahí. También conté que en Israel se puso de novio con una chica brasileña, Liora, que decidió quedarse en Jerusalén a terminar la capacitación hasta fin de año», rememora Alfie, ahora abrazado con su hijo.
«Al día siguiente que salió publicada esa nota, el viernes, llegó una llamada esperanzadora avisando que iban a poder salir esa misma tarde en un vuelo del operativo Regreso Seguro. Era un Boeing para más de 100 chicos que estaban haciendo actividades de intercambio estudiantil o capacitaciones para jóvenes judíos en Israel», agrega el periodista.
Martín pudo subir a ese Boeing, el tercer avión que salió, y que voló hacia Roma durante el sábado. La familia lo abraza y su papá está feliz de que el operativo haya funcionado, aunque asegura que no puede dejar de pensar en las 1.500 personas que se anotaron para ser trasladadas de Israel a la Argentina en vuelos de repatriación y de los cuales pudieron salir pocos por el momento.
«En su momento, la AMIA propuso sumar más aviones para que puedan volver cuanto antes esos 1.300 argentinos que todavía están en Israel y se anotaron para ser repatriados, pero todavía no lograron que eso se pueda concretar. Y la verdad que a este ritmo puede demorar una semana o más el traslado de todos los que pidieron volver. Ojalá que puedan retornar y que encuentren a los 15 argentinos desaparecidos desde el ataque de Hamas», cierra Alfie.
Varados por la guerra
Javier corre unos metros cuando se da cuenta de que su hija Juliana aparece entre la gente que llega con sus equipajes y su emoción a flor de piel. Él le levanta la mano entre la multitud y ella camina a paso rápido hasta su encuentro.
El hombre cuenta en diálogo con Clarín la angustia que vivió durante los últimos días y la difícil situación de tener a su hija de 19 años a miles de kilómetros de casa.
«Ella fue a hacer un plan de estudios y trabajo por 8 meses, su regreso regular era para el 15 de octubre, y la barbarie y el salvajismo hicieron que tengamos que adelantar la vuelta. Se había ido de acá el 14 de febrero, fue a capacitarse, a ver qué hacía de su vida luego de terminar el secundario», cuenta Javier.
Y continúa: «Como padre, quise que se quede un poco más para transitar la vida real. Ver qué pensaba estudiar acá, que tenga un poco del aprendizaje de lo que es el mundo y todas las expectativas y puertas que pudiera llegar a tener como para desarrollarse en el futuro».
Durante los últimos días, a través de las informaciones que le llegaban por medio de la televisión, Javier se desesperó como su esposa y sus otros hijos. Pensaron que a Juliana podía pasarle lo peor.
Javier confiesa que no podía dormir, que su hija les imploraba «‘por favor llévenme, tráiganme como puedan’ y acá la impotencia hizo lo suyo. Se fueron suspendiendo los vuelos comerciales, hasta que salió el vuelo de repatriación y empezaba a ser fuerte la idea de ir a buscarlos con los Hércules, así que agradezco al gobierno argentino y a todos nuestros ciudadanos porque todos pagamos los impuestos para que estas misiones se puedan cumplir».
El alivio de Javier y su familia es el mismo que experimenta Damián junto a su mujer Denise y su pequeño hijo Matías. Por fin, después de tanta angustia y miedo, Tomás de quince años volvió a casa.
«Pasamos momentos de mucho nerviosismo, de mucha tensión. Lo agarró en el medio de un viaje de estudios. En realidad, eran 10 días de conocimiento. Era un programa que llevaba a chicos de escuelas de Buenos Aires, Tucumán, Córdoba y Rosario. Él estaba en la mitad del recorrido, justo cuando estalló la guerra, y quedó varado ahí», relata Damián.
Tomás se abraza con sus amigos, que también volvieron con él. Su hermanito no deja de llorar y no se despega de él mientras la gente lo rodea, lo palmea, lo acaricia.
Damián comenta que el retorno de su hijo se complicó más cuando la línea aérea que lo traía, Iberia, dejó de operar.
«Por fin pudo salir en el Boeing, que fue a Roma, el tercer avión. Llegó el mejor día, que es el Día de la Madre, para estar en familia y empezar a relajar. Pero no hay que olvidar lo que está pasando en Israel y en Medio Oriente, que realmente es lastimoso y penoso. Hay muchas familias ahí todavía, nosotros tenemos amigos y gente que todavía no salió del país, y está cada vez peor, minuto a minuto está peor», concluye el hombre.
De la angustia y la desesperación al abrazo del alivio
La hermandad de Matías y Tomás es tan emocionante de ver como la de Ezequiel y Camila.
Apenas aparece el rostro de él, de 18 años, envuelto su cuerpo por una bandera de Israel, su hermana se abalanza a recibirlo. No se sueltan por un buen rato, mientras que las lágrimas no cesan, y las palabras al oído tampoco.
Ezequiel estuvo en Tel Aviv junto a sus amigos cuando oyó la alarma que les avisaba que debían esconderse, que había bombardeos: «Llegué allá el 8 de marzo y tenía que volver el 12 de noviembre. Se veía muy diferente allá. Acá llega mucha información. Tal vez llega mucha información que no es. Entonces, tenía que estar todo el tiempo avisándole a todo el mundo que estaba bien. Era el minuto tras minuto de ver cómo volvía, de todo».
El joven asegura que se encuentra feliz de haber vuelto a la Argentina, pero que seguirá intentando ayudar a Israel en todo lo que se pueda, al menos desde la distancia.
Camila lo escucha hablar y, de vez en cuando, lo vuelve a besar en la mejilla. Para ella estos últimos días fueron igualmente de duros y difíciles de afrontar.
«No podía soltar el celular. Sonó la alarma en Tel Aviv y quería saber por dónde estaba él. No me contestaba diez minutos y necesitaba llamarlo. Y a veces me decía: ‘no estábamos en casa, nos tuvimos que meter al refugio de una veterinaria’. Y era como, por favor, quédense. Una desesperación por saber que él estaba ayudando allá y voluntariando allá», expresa Camila.
Débora, madre de los dos jóvenes describe el momento que atravesaron como «una sensación muy ambigua, estamos contentos pero tristes porque tuvieron que volver así, de esta forma».
«La verdad es que fue horrible. No estamos de acuerdo, no acompañamos el terrorismo, jamás. Es terrorismo y quiere impartir miedo en todos nosotros. Apoyamos a Israel en esta lucha de poder vivir con tranquilidad en su país», concluye la mujer.
La escena en el Aeropuerto de Ezeiza es una marea de emociones que va desde la alegría hasta la tristeza. Estas familias acaban de recuperar una parte de sus vidas en esos abrazos interminables. Pero aún en medio de esos reencuentros no se olvidan de otros seres queridos que siguen allá, lejos y en medio del peligro.